
De pronto; el cielo grisáceo se ilumina intermitente,
paletadas de relámpagos se descargan a mansalva.
Cada haz es un juglar zigzagueando, anunciando el preludio de un estruendo.
El apacible cielo se vuelve loco.
La filarmónica sideral va ejecutando nota a nota,
la partitura de rayos y centellas que conlleva la tormenta.
En la solemnidad del concierto, el aguacero vierte sus cantaros sobre la tierra.
Claudio Navarro.