Para su cumpleaños, el pequeño Tim recibió un gran tarro con soldaditos de juguetes, por lo que no dudó ni un segundo en ir a jugar a su pieza con su nuevo regalo. Ahí volaban las historias de combatientes, máquinas de guerra y conflictos bélicos.

“Ya estábamos exhaustos. Muchos de mis compañeros cayeron en combate por no encontrar un refugio en días. La guerra se hacía cada vez más cruenta. Al avanzar, solo pisábamos manos y pies que quedaron en el olvido por culpa de políticos que no conocíamos. Peleábamos las causas perdidas de gente que ni siquiera conoce a las familias de cada uno de los soldados que están ahora en este frente. Presidentes codiciosos que nunca han tenido que escuchar un disparo en su vida. Disparos como el de ahora. Comenzaba el tiroteo y mis compañeros caían y caían. Era insoportable el olor a pólvora combinada con sangre. Nuestro coctel diario. La pintura colgada en nuestra rena. En lo que se acaba el tiroteo, decido ayudar al primer compañero que tengo en frente”.

– Resiste, ya vendrá la unidad de sanación.

– Tengo una esposa y un hijo. Quiero que al terminar todo esto, les digas esto…

– ¡Cállate! Te repondrás pronto.

– A mi esposa dile que la amo y a mi hijo dile, dile…

¡A comer! Ante el llamado de su madre, el pequeño se sentó a la mesa y esperó su torta de cumpleaños. No pudo contener el llanto y le preguntó a su mamá:

– Mami, ¿Cuándo volverá papi?

– No lo sé, amor. Cuando este estúpido conflicto haya acabado. Comamos mejor.

En la pieza, quedaron dos soldaditos tirados en el piso. Esperaban incansablemente a que después de la comida de cumpleaños, finalmente pudiera concluir esta absurda guerra.

Poema de José Luis Tapia Troncoso.

Publicado por Lisbeth Ibarra.