
Fue un gran año para nuestro equipo. Nos encontrábamos punteros en el torneo y una sola fecha nos bastaba para coronarnos campeones. En cuanto a mí, no me podía quejar. Era el goleador absoluto del campeonato, los dirigentes decidieron alargar mi contrato en dos años más y estaba comprometido hace seis meses con la modelo más espectacular del momento. Los millones, la fama y las mujeres eran mi pan de cada día. Hasta aquel fatídico partido.
Era el último encuentro. Ganábamos este y levantábamos la copa. Sin embargo, el equipo no andaba. Perdíamos 1-0 y no encontrábamos la solución. Nada me salía, ni los pases, ni los tiros al arco; parecía que me hubiesen maldecido. Hasta que escucho las palabras de mi entrenador: ¡Cambio! ¡Carrasco, entras por Villanueva! No lo podía creer. Carrasco era el «pico jugador mediocre que esperó toda la temporada en la banca por una oportunidad como esta. Y cómo la aprovechó: dos goles y la ovación de la hinchada al ganar el campeonato.
Cuando terminó el partido, fui a besar a mi novia, la que inmediatamente me gritó: “¡Sal de aquí! ¿Quién te crees que eres?” y acto seguido, besó a Carrasco, quienes se subieron a mi auto último modelo. Ahí lo entendí todo: el cambio había sido total. Carrasco aprovechó la oportunidad que el entrenador le dio, mientras que yo tendría que sentarme en la banca y trabajar para volver a estar donde nunca debí haber salido. El pan de mi día a día ahora sería mi hambre de mañana.
José Luis Tapia Troncoso.
Publicado por Lisbeth Ibarra.