EL SENDERO DE LAS BRUMAS

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Casi nunca soy
y cuando soy…

Pensar es también
reanudar la caída,
y es también deshacer
los ecos de una mujer… o del viento, 
que se inclina sobre las aguas
y las roza levemente enturbiando la vida.

Y en esta piedra íntima,
en este fuego pétreo
en donde la nada crepita,
no saber aquí o haber olvidado
todos los surcos, todos los oleajes
que se secan y se hacen sal, 
sobre la flor abierta y anónima de la mañana.

La cabeza sobre la almohada,
dura corteza del instante.
Si alguien me llama
soy yo tras los ojos de mi ausencia,
es el otro tras el tacto de los dedos
que trazan los tubérculos del abismo.

Lo único que se estremece en el vacío
es nuestro escombro buscando hondura,
lo único que se vierte
en el cántaro de la palabra, 
es esta angustia ya desabrida
de tanto paladearse en el vicio insomne.

¡Oh resignación!
¡Tanto tiempo estando enfermos!
¿Cuál es el dique que he de romper?
¿Cuál es la excelsa alucinación?
¿En dónde están los nuevos senderos?
Y más allá de este absurdo
que fantasmagoriza los sueños de la montaña,
¿A quién le importa esta acerba punzada?

¡Oh resignación!
¡Tanto tiempo enfermos y acérrimos!
Y resistir el andar de la hora,
y seguir soñando en sí mismos.
Y en lo futuro, ya no sentir, ya no ser:
La Muerte derramada
sobre renuncia y sangre y llanto de dolor.
El silencio es también
hondísima incertidumbre que sospecha el sepulcro…

Luis Esteban Torres. Medellín, Colombia.

 


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